Busco un bar para escribir. Pero no cualquier bar (como ya es habitual en mi, en muchos aspectos, no cualquier cosa me va bien). Ha de ser uno que tenga terraza o uno que tenga alguna mesa que de a la calle, con esas paredes-ventanas, por las cuales ver la gente pasar (y que a la vez, te ven). En este no me gusta el ambiente, en este otro la terraza esta a petar, este quizá?... a pesar de que la terraza me gusta, la camarera se ha equivocado de profesión y aunque solo sean unos segundos de interacción, no me apetece volver (Via Augusta muy cerca de Plaza Molina, para más señas).
Así que me quedo en uno a mitad de camino, con justo el sitio que quiero libre y desde el que veo una tienda ‘Objeto de deseo’, que me hace pensar…Como si el deseo pudiera cosificarse, hago una analogía con ‘El cuerpo del delito’ y me pregunto si, en ocasiones, no es el mismo objeto-cuerpo, deseo-delito…
La verdad es que tenía ganas de hacer algo así. Tener tiempo para lo que me gusta, sin las prisas, ni el tiempo apurado para acabar otras cosas (lo que podría llamarse el deber). Coger una tarde, el netbook y un café o terraza ‘ideal’ (y aquí entra mi subjetividad) y estar relajadamente, escribiendo y captando lo que me transmiten aquellos a los que observo. Y no hay que olvidar que el observador, es igualmente observado.
No sé si este bar dispone de Wifi. A pesar de que mi intención es sólo escribir, cuando despliego las opciones de Red me aparecen, los nombres más curiosos. Aunque ya tenga conexión, en según qué sitios, me dedico a mirar como la gente ‘bautiza’ sus conexiones. Aquí encuentro una, supongo que pasando de eso que llaman privacidad, que pone su nombre y apellidos, aunque la mayoría, deja el WLAN por defecto. Es curioso ver las conexiones que capto desde casa, en las que la mitad de mis vecinos en esta época en la que se puede personalizar cualquier cosa, hasta eso han hecho (de tal manera que puedo identificarlos muy fácilmente, todo sea dicho).
No sé si este bar dispone de Wifi. A pesar de que mi intención es sólo escribir, cuando despliego las opciones de Red me aparecen, los nombres más curiosos. Aunque ya tenga conexión, en según qué sitios, me dedico a mirar como la gente ‘bautiza’ sus conexiones. Aquí encuentro una, supongo que pasando de eso que llaman privacidad, que pone su nombre y apellidos, aunque la mayoría, deja el WLAN por defecto. Es curioso ver las conexiones que capto desde casa, en las que la mitad de mis vecinos en esta época en la que se puede personalizar cualquier cosa, hasta eso han hecho (de tal manera que puedo identificarlos muy fácilmente, todo sea dicho).
Me voy fijando en los clientes que entran. A estas horas, un par de norteamericanos en la barra que toman algo rápido, un par de hombres solos, un cortado con alguna salida al exterior para fumar. Una chica, en la barra, que parece tener cierta amistad con la camarera y con la que habla de cuestiones sentimentales. Decir problemas, creo que es muy atrevido, a pesar de que ‘No puedo vivir sin ti, tampoco contigo’ es el resumen de sus conversaciones… Que sea uno de los temas centrales, en todas sus variantes, sobre los que versan las preocupaciones de la inmensa mayoría de la humanida, no es casualidad. Así que me abstraigo y miro los transeúntes que pasan, los modelitos que sacamos los mortales en verano (por qué será que el hecho de ir más fresco hace que la gente se ponga ropa imposible?) y es cuando me doy cuenta de las muchas horas de luz que hay en verano...
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