Hace falta algo más que la buena intención. Hace falta una muestra empiríca de que es así. Algo constatable con los sentidos y no sólo con el acceso, imposible por otro lado, a la mente del otro, como si de una teletransportación de pensamientos se tratara, y adivinar qué hay. No cuesta nada en la mayoría de los casos, no lleva más que unos minutos y trae más felicidad que cualquier gran cosa.
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