Aunque mi economía no me permite hacerlo cada día, de vez en cuando me gusta sentarme y desayunar como una reina. Los días que no, paseo por el centro, atestado de guiris que se dejan engatusar en esas tiendas de souvenirs, cuyo mal gusto hace que me pregunte qué hemos hecho para merecer esto.
Hoy me he acercado hasta mi ex trabajo, que tan buenos recuerdos me trae- desde luego mucho más bonito en muchos sentidos, que el actual- y me he acordado de el gallego. Un sitio auténtico, con mucho encanto, en el que alguna vez habíamos hecho unas cervezas con los del trabajo. No es tan cool como el que tengo al lado de mi oficina (trabajo a escasos metros de mi ex trabajo. Todo siempre tan cerca y tan lejos, ostras!) y por el mismo desayuno, 0.75€ más. Ahora, no tiene ni punto de comparación. Dos mesitas y cuatro sillas, en la estrecha calle del Call, mucho más acogedora que la placita en la que podría estar. Hay días que apetece el bullicio de la gente y otros que necesitas sentirte más recogido, viendo tú la gente pasar y no tanto que te vean. Últimamente, me decanto más por esta segunda opción. Se reflexiona mejor en ese ambiente. Y últimamente, necesito reflexionar mucho...
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