Mientras paso el día en la playa, mis sobrinas- sobrinos: esas personitas que llegan a tu vida así, por casualidad, y que pueden llegar a llenar más de lo que uno cree- me envian mensajes para invitarme a merendar. Sus escogidas palabras, esa mezcla de petición y chantaje emocional, que tan bien les sale y que tan bien sé caer en él cuando se hace adecuadamente, hacen que desista de quedarme hasta el atardecer. Después de una gimcana entre el 17 y los ferrocatas de Gràcia, llego a Sarrià, donde viven. Es un barrio que ya desde san Juan se queda vacío hasta septiembre, así que no sé ve un alma. Después de estar poniéndonos al día sobre notas, anécdotas del cole, planes de verano y vacaciones en la Cerdanya (afortunados!!) mis sobrinas me acompañan un rato. Primero me enseñan un 'jardín secreto' que han encontrado, que no es más que un trozo de jardín de la finca de al lado. Como acaban de activar el riego, diminutas gotas se han quedado en las hojitas del cesped. El ambiente me recuerda la torre de mis tios, donde pasé mis veranos, que tan buenos recuerdos me trae. Ese cesped mojado, de forma natural o activando el riego, que siempre salía disparado hacia los rincones más insospechados. Por momentos, puedo volver a sentirlo. Los recuerdos de la infancia, no se olvidan nunca...
De camino hacia los ferrocatas, oimos el chapoteo de una de las piscinas comunitarias, en la que tanto apetece bañarse cuando ya ha caido el sol. Mi sobrina mayor, me cuenta que una vez, en esas travesuras de adolescentes, se quiso colar con una amiga y que, a pesar de las advertencias del portero, consiguieron despistarlo y se metieron. Este año lo tendrán más fácil, será por piscinas!!
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