Cojo el metro y cuando salgo me fijo, así de pasada, en las paredes y pienso que qué sucias están. Horas más tarde, lo vuelvo a coger y como me he de esperar unos minutos hasta que venga el metro, me fijo mejor en la pared que tengo detrás. A pesar de ser blanca, se nota esa franja negra, justo esa marca que queda donde la gente se ha apoyado, que tan fea queda y que en muchos sitios públicos, evitan colocando una madera, un plástico o similar. Pues bien, me digo que siendo que es, quizá, una de las estaciones más transitadas de la ciudad, en especial en verano, ya podrían darle una capa de pintura Hacerla más agradable, como han hecho con la de Liceu en la que, ya que te van a mangar la cartera y que quizá no puedas ni volver a casa en metro, por lo menos, que se te haga algo agradable la visión de Barcelona (ni que sea en el subsuelo). Deberían pintarla de un azul infinito, como el mar hacia el que lleva esta estación. Como el cielo que se ve en los días claros y luminosos de verano.
Vuelvo al día siguiente y cuando, al salir, voy por el largo pasillo, sigo con mi redecoración de esta estación. El pasillo, que también fue blanco en su momento, se ve igualmente, de los más cochambroso. Me digo que deberían pintarlo del mismo azul que el anden, como una continuación, del ir y venir, del mar hacia el que se va y desde el que se viene.
Cuando me siento en los fríos bancos de piedra a esperar a que venga el metro, me fijo en que...oh! están pintando la pared de blanco! No es que sean unos trazos muy limpios, pero al menos, se ve más pulido (palabra que usaba mucho la generación de mi abuela).
Mi tercer día en esta estación (algunas obligaciones que han dado sus frutos, me empujaban a ello). Salgo del vagón y la pared no sólo ya no es blanca, sino que... es del mismo azul que estaba en mi mente durante estos dos días!! Y no sólo el anden ha sido teñido con este azul del mar que tanto relaja e invita a pasear por la playa, sino que, igualmente el pasillo, que debe conducir a hordas de turistas, sedientos de sol y playa, es igualmente un reflejo de lo que se espera encontrar fuera.
Vuelvo al día siguiente y cuando, al salir, voy por el largo pasillo, sigo con mi redecoración de esta estación. El pasillo, que también fue blanco en su momento, se ve igualmente, de los más cochambroso. Me digo que deberían pintarlo del mismo azul que el anden, como una continuación, del ir y venir, del mar hacia el que se va y desde el que se viene.
Cuando me siento en los fríos bancos de piedra a esperar a que venga el metro, me fijo en que...oh! están pintando la pared de blanco! No es que sean unos trazos muy limpios, pero al menos, se ve más pulido (palabra que usaba mucho la generación de mi abuela).
Mi tercer día en esta estación (algunas obligaciones que han dado sus frutos, me empujaban a ello). Salgo del vagón y la pared no sólo ya no es blanca, sino que... es del mismo azul que estaba en mi mente durante estos dos días!! Y no sólo el anden ha sido teñido con este azul del mar que tanto relaja e invita a pasear por la playa, sino que, igualmente el pasillo, que debe conducir a hordas de turistas, sedientos de sol y playa, es igualmente un reflejo de lo que se espera encontrar fuera.
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