domingo, 21 de octubre de 2012

Dos días de vino y rosas

Ante el panorama de lluvia con el que nos han 'amenazado' todo el fín de semana, tuvimos que cancelar una excursión a la montaña, para celebrar el cumpleaños de una buena amiga. En vez de ello, ayer comimos en un restaurante japonés del Born, en el que eché de menos algo de caliu japonés tradicional, como en el que estuve hace unos meses, enmedio de tanta modernidad (esa Barcelona moderna y cool, a veces es fría e impersonal). A pesar de ello, la comida fue excelente, aunque nada que supere lo que llega a llenar espiritualmente, estar rodeado de la gente que quieres, de disfrutar de las conversaciones con amigos con los que llevas muchos años compartiendo, y continúas, muchas vivencias. Y como no hay celebración sin un buen vino, al no ser bastante el del restaurante, nos pasamos por la feria de degustación que había enfrente de la Catedral- esas en las que, a lo tonto a lo tonto, uno puede acabar comiendo y bebiendo más que en la propia comida. Cuando salía apresurada de la feria, a una chica se le resbaló, cayendo estrepitosamente, la copa de cerveza, dejando un curioso moteado en mi chaqueta 'azul Francia' y al verla tan azorada, le dije que 'Estas cosas pasan' y me fuí como si nada. Iba con prisa, por hacer un recado y luego llegar a tiempo al espectáculo visual en la Casa Batlló, que ha creado Mariona Omedes, para celebrar los 10 años de apertura del edificio de A. Gaudí al público. Llegué justo a tiempo para contemplar esa belleza de tal magnitud, que por momentos nos transportó al maravillosos mundo creador de la imaginación y lo que ésta puede llegar a transformar. Todo perfecto y seguía sin llover. Excepto al llegar a casa. 'Ahora llueve? Ahora que nos hemos quedado sin excursión?' le envío por whatsapp a la homenajeada. Así que esta mañana he querido desafiar al hombre del tiempo (son hombres y por lo tanto, también se equivocan) y he ido a tomarme un café a la terraza de plaza Molina, diario en mano, como hago muchos fines de semana. Y como en este país somos muy de terracitas, me dispongo a sentarme en la única mesa libre, cuando veo acercarse a un hombre llevando a la que parece su madre, que va en silla de ruedas. Al ver que se van, les invito a sentarse conmigo y después de insistir en que para nada van a molestarme, puesto que voy sola y leeré, acceden. Esto me recuerda como otras culturas, tienen más costumbre de pedir sitio en tu misma mesa y que incluso uno, puede llegar a tener conversaciones interesantes. Me enternece el intento de diálogo entre hijo y madre, a la que trata de Usted. Se quedan un rato y cuando ya se han ido, viene el camarero que nos ha servido y me dice que mi café ya está pagado...sin que lo haya podido agradecer! Y si de hacer cosas de bon grat, se trata, esta tarde he quedado con una estudiante china que estuvo en mi casa unos días y con la que tenía pendiente tomar un café. Ávida por conocer nuestra cultura y explicarme la suya, y por tanto de esas personas con las que da gusto conversar, le propuse ir a ver el espectáculo en la casa Batlló. Y aunque los nubarrones que hemos visto por Passeig de Gràcia amenazaba con tener que verlo paraguas en mano, nos metemos en una cafetaría hasta que son las 9. Y esta vez, sí. Ha sido empezar el espectáculo, hoy con el triple de gente, y empezar a llover de una manera torrencial. Hasta tal punto que los truenos se confundían con la música. Pero lejos de adrementarnos, le he dicho que para lo mojados que teníamos los pies, continuáramos con nuestro plan. Así que allí nos hemos quedado, esquivando paraguas para tener una mejor visión, intentado (volver a) ver esas imágenes, esa fantasia del dragón, el arlequín, los balcones cantarines y ese jardín de rosas. De esas rosas que, aún y tener espinas, muchas veces acompañan al vino. Al buen vino, que es como la amistad, cuantos más años pasan, mejora con el tiempo.

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