Miro a través del gran ventanal. El mar de otoño se deja bañar por la luz del mediodía, cálida, amable. La brisa va meciendo suavemente las olas en un paisaje que acompaña mis pensamientos, que estan más allá de dónde me encuentro. Bajamos a la playa y observo las figuras y como de una película se tratara, sus gestos, sus risas, sus comentarios, sus pensamientos más íntimos guardados en sus pupilas, me son dolorosamente lejanos, felizmente cercanos. Nada nos une, más que un destino que no preguntó quién era quién. Y ahora en este desierto, como si este maravilloso paisaje se hubiera dispuesto sólo para nosotros, nos sentimos parte, una pequeña parte, de alguien que quiso que algún día estuvieramos aquí. Elegantemente vestidos, de negro, con las manos en los bolsillos resguardándonos del frío, dejando nuestras huellas en la arena. Inmortalizando las sonrisas, los comentarios, a veces de una sinceridad immensa y otras, destilando esa hipocresia necesaria para continuar en el mismo camino. Hasta la próxima. Quizá no con esta luz rosada del atardecer como fondo. Seguramente, igual de emocionante. Y de negro. El negro siempre es elegante.
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