Me despierto con una sensación nueva, una sensación especialmente agradable en invierno. El calor que entra por la ventana, me hace cosquillas. Todavía no me quiero levantar. Me gusta hacerme la remolona los fines de semana, antes de empezar a disfrutar de un largo día. Me giro hacia la pared y cierro los ojos. Pero es insistente. Se quiere hacer notar. Quiere que me de cuenta de la suerte que tengo de que él esté allá. Dándome calor, deslumbrándome. Iluminándome los días oscuros, los sueños más terribles. Tomándome entre sus brazos para que recobre la esperanza. Transportándome hasta el frágil e imaginativo mundo infantil, utilizando su propia inocencia, pureza, fragilidad y transparencia. Rodeándome de un mundo que había dado por perdido. Un mundo lleno de colores.