Sentada frente a un ventanal inmenso, de esos que van del techo al suelo, ese tipo de ventana que se puede encontrar en muchas casa de los países nórdicos y centroeuropeos, donde las horas de luz escasean, me dejo bañar por el calorcito del sol. La taza de café, que más bien parece un lavamanos como había antes en las mesas, me ha acompañado durante las casi dos horas que he estado aquí sentada. A pesar de tener la Diagonal como paisaje, apenas me he distraído, buscando, como estaba, un escrito de este blog para mandárselo (¡por fin!) al profesor del taller de novela que estoy haciendo. Es curioso, después de haber mantenido mi blog durante casi 9 años, ahora que tengo la oportunidad de que me corrijan lo que escribo, me ha cogido en el momento menos productivo. (Ahora mismo acaba de pasar un periodista de 8TV, cuyo nombre no me acuerdo, con un libro naranja, en la mano) Es verdad que estoy más ocupada que hace unos meses, aunque eso no me ha dejado, en otras épocas, escribir con regularidad. Más bien estoy volviendo a la escritura de mis pensamientos en el mismo instante en el que me vienen, de forma breve, intimista, en una pequeña libreta que llevo siempre conmigo (yo y mi colección de libretitas) y a dibujar, miniaturas. Los espacios grandes, excepto si están delimitados por una arquitectura o naturaleza que me inspire, y vacíos, hacen que me pierda, no solo en lo físico, también en lo emocional. Necesito delimitaciones, creadas o buscadas por mí. Así que, si me siento en la playa, dibujo los pintorescos edificios de la Barceloneta o el hotel Vela, al fondo. Las escaleras del Palau Robert o la casita en forma de seta con valla, un poco destartalada, que me gustaría construir para los muñequitos de mis sobrinas. Crear con objetos que voy guardando es otra de mis aficiones. Lo último, una casita-seta, hecha a partir de una botella de agua, cortada por la mitad, forrada con papel pinocho en verde y rojo. Con bolitas de algodón como nieve en el tejado rojo, una abertura en éste de la que sale una ramita con la cáscara de una bellota como chimenea y un par de ventanas. A cada lado de la puerta, dos ramitas pegadas a modo de colgador de los diminutos complementos en lana que les hice, un gorrito y una bufanda, tan difíciles de hacer en ganchillo que entiendo el precio de lo ‘hecho a mano’ de las miniaturas.
Estoy pensando que quizá venga más a esta cafetería, a pesar de que el café es mejor en otra cadena a unos metros de aquí (no, no es esa americana que estáis pensando), ni que solo sea por lo que me ha inspirado. Ni que solo sea por la sensación de que puedes ver, sin ser demasiado visto. De la sensación de estar resguardada. De que el trasiego de la Diagonal ayuda a que las ideas fluyan, sin tener que sufrir el ruido del tráfico. Simplemente, un sofá de cuatro plazas solo para ti. Y luz, mucha luz.
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