Ayer noche estuve escribiendo con mi estilográfica Montblanc, hasta que, por una de esas cosas inexplicables, puse el recambio del revés, quedó atascado y así se quedó. Intenté en vano, sacarlo con algún objeto fino, que no hizo más que meterlo aún más hacia el fondo. Para acabarlo de estropear, quise proteger el plumín, metiéndolo en el capuchón y también éste quedó atascado. Tarde como era, pensé que ya lo intentaría arreglar al día siguiente. Esta mañan y después de un café, con algo tan sencillo -y que por otro lado estoy utilizando mucho ahora mismo- como un ganchillo, he conseguido sacar el cartucho. Así mismo, he conseguido sacar el plumín con unas pinzas. Todo ello, con la precisión de un relojero suizo. He empezado el día contentísima por haber salvado tan preciado objeto, pues fue un regalo de reyes de hace años, que me hizo una enorme ilusión.
A todo esto, mientras me dormía, me dije que la llevaría a la casa Montblanc de Passeig de Gràcia, pues seguro que allí sabrían subsanar tal incidente, sin dañar la pluma. Por otro lado, pensé que si tenía que perder mi preciada pluma, no montaría un drama. Que me quedaría con el recuerdo de la emoción al abrir el regalo y las horas de escritura con ella (he de decir que escribir con esta estilográfica es diferente y especial). Que es mejor no aferrarse a lo material. Esta idea es algo que he ido trabajando durante este año que acabamos de dejar y que resumo en la frase: No nos vamos a llevar nada. Y añado: Lo único que nos vamos a llevar será lo que nos han hecno sentir la gente que nos ha querido y hemos querido. Lo material, a no ser que nos embalsamen cual faraones con sus posesiones por si en el más allá las necesitamos, se va a quedar aquí.
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