
Desde mi aparente calma y serenidad, ayudo a que los otros sepan llegar a buen puerto. Ni la niebla ni las tormentas me hacen desfallecer. Mi posición privilegiada, me permite vislumbrar los obstáculos y avisar con tiempo.
La soledad es recompensada con el suave oleaje del mar y su variabilidad, que contrapone mi estructura hecha para resistir los embates de un element conocido y desconocido a la vez.
Los dos nos necesitamos y retroalimentamos. No existo si no estoy cerca de él y necesita de mi resistencia para volver a la calma.
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